jueves, 8 de julio de 2010

De la primera a la tercera...

 

Ese día, después de tanto bailar y echarme seis cuartitos de cerveza en la boda de mi primo, mis pies solo querían aventar las zapatillas…

 Así que en el camino de Veracruz a Piedras Negras, mi pueblo, ni la bulla ni las risas de las once personas más que venían en la camioneta, impidieron que me echara un pestañazo, y es que al llegar, la reinauguración de un bar, me esperaba. El semáforo del cruce del boulevard Vicente Fox y la entrada para el fraccionamiento La Tampiquera,  fue lo último que mis ojos vieron.

Me desperté  justo cuando estábamos en la puerta de nuestra casa y sugerí a mi familia ir a cenar antes de  dormir, “eso iba a decir” señaló mi abuelita, “si, como que tengo hambre”, dijó mi mamá, entonces  fuimos a cenar a “La Parroquia”, pero no la del malecón de Veracruz, sino un puesto de garnachas al lado de la vía, muy tradicional de Piedras Negras.

Después de comer una garnacha, una empanada de carne, una gordita y dos tacos de tripa que mi hermano me compro en el puesto de al lado, más un cafecito, la pilas se me recargaron, solo esperaba la llamada de mi amiga Marilé o de mi tío Chechin, para salir volada a disfrutar de la noche.

Pero cuando llegamos a la casa, y supe que compartiría el cuarto con mi abuelita, algo me llamó más la atención que ir a hacerle segunda a un montón de borrachos.

“Le voy a leer un cuento”, le dije, “a ver”, me contesto, mientras se preparaba para dormir, yo  sabía que no se trataba de un cuento, pero así se lo vendí, “creo que es de sus tiempos, tal vez le recuerde algo”, le reafirme, así que me recosté para leerle “el cinturón del vicio”, un relato de Fernanda Melchor sobre los bares y cantinas de los años setenta concurridos por los trabajadores de los muelles del  Puerto.

Mientras leía algunos párrafos se reía, a veces asentaba con la cabeza, y de repente, cuando no la escuchaba de reojo le echaba una miradita, pues sabía que en cualquier momento caería en los brazos de Morfeo, pero no , ahí seguía atenta a la lectura.

Cuando termine, recordó que algunos bares todavía existen, “tu  abuelo Ángel se juntaba con todos esos de la Huaca y se ponía un pedo con ellos y lo iban a dejar hasta la casa”, me dijo, mientras se reía.

“los bailes que también se ponían muy buenos eran los de la Covadonga, en el Casino Español, había pura gente de “Sepa”, le pedi que me explicara lo que significaba esta ultima palabra, “¿no sabes lo que es sepa?, pues de sepasuchingadamadre de donde, porque ahí se juntaban españoles y un monton de gente de varios lugares, pero esos eran de dinero”, explicaba, mientras un algodón empapado en desmaquillante limpiaba su cara del polvo, rubor, rimel y pintura de labios que se acumulò en su arrugada cara, pero que, para sus sesenta y tantos, todavía esta bien conservada.

“Como hacía uno loqueras (locuras) cuando estaba joven”, expresó con una sonrisa, y de repente una carcajada salió, denotando que algunas travesuras de la juventud regresaron a su memoria.

Flora, Hogarita,Elena y Pati, era el grupo de amigas de parranda de mi abuela, todas pueblerinas, sus papás las mandaron a la casa de algunas tias para que ayudaran a la familia del puerto con los quehaceres del hogar. El único hombre del grupo era Enrique, el chofer de la tia Lipa, el buen amigo  era el encargado de cuidar a las muchachas, el guarda espaldas o mejor dicho el guarda faldas.

“Amarrábamos sábanas, una con otra,  y las aventábamos  desde  el segundo piso de la casa de mi tía Lipa, ¿tu crees?, y por ahí entrabamos y por ahí salíamos”,  explica Blanca, mientras  se pone su crema de noche para la cara, esa que según es contra las arrugas, y es que, ahora cubre su rostro de cualquier producto que le prometa  una piel suave, tersa y juvenil, cosa que a los diecisiete años no le importaba, pues que aquél, intrépido brinco le ocasionara una raspadura, no tenia importancia, siempre y cuando la tía no la cachara en su huida.

Por la escalera improvisa, como de cuento de princesas, volaban los vestidos  esponjados de las señoritas fugitivas, su destino, bien podía ser  una  boda o un velorio.

 “Ring, ring” sonó el celular, “Marilé Piedras”, decía la pantalla,  me llamó para confirmar que no iba a ir a la reinauguración del  “Bar-bosa”, y yo le dije lo mismo.

“Pues si abuelita, pero ¿como se colaban a las fiestas o qué? ”se sentó en la cama y recargo su espalda en la pared, para seguir contando sus hazañas.

Cuando pasaban por una iglesia y veían una boda, se detenían en la puerta, Enrique era el encargado de armar el show, “nosotros nos acercábamos y Enrique decían en voz alta: ¡no, no lo veo, creo que no ha llegado!, y ya alguien se nos acercaba y nos preguntaba, ¿buscaban a alguien?” y así, el desaparecido fuera el encargado de la música o un tío lejano de la novia, después de escuchar el sermón del sacerdote, las jóvenes eran invitadas de honor al brindis, bailaban y comían con desconocidos que  hasta se sentían orgullosos de estar al lado de muchachas que se veían de “la alta”.

Pero las chicas no solo acompañaban a  desconocidos en las buenas, también en las malas, pues nada les quitaba acompañar  a uno que otro muertito,  con poca concurrencia en su velorio, y por ahí echarse un cafecito con unas galletitas.

 Que comparar  aquellos tiempos con los actuales, “antes, en semana santa eran unos Bailes  a la  orilla de la playa, muy bonitos esos bailes, no como ahorita, haces un baile a la orilla de la playa y capaz que te violan ahí”, dice mi abuela. La casa donde vivían estaba en el callejón veintiuno de febrero, en Juan Enríquez, y cuando querían sentir el calor del sol y la brisa de la mar,  con el puro traje de baño puesto, caminaban unas cuantas cuadras para llegar a la playa.

“Me acuerdo que hace muchos años, muchísimos años, en la playa, había focos abajo del agua,  y nos íbamos a bañar en la noche”, tratando de explicarse, como le habrán hechos esas astutas personas para alumbrar debajo de la playa, menciona que esas luces estaban por las escolleras, a la altura de Villa del Mar, y con orgullo presume lo arriesgadas que eran por meterse a nadar de noche, a pesar de los rumores que tiburones asechaban por esa zona.

En la noche, el boulevard se volvía el mejor  salón de fiestas, “no muchacha, era una cosa grande”, dice mi abuelita, mientras estira la sabana de la cama, antes de acostarse.  La grabadora servía para ponerle sabor al asunto, unas piedras la hacían de anafre, y el ambiente de las chamacas hacía una lunada muy divertida en la playa.  “Hoy, no nos vamos a ir caminando, nos decía Enrique, y cuando pasaban los carros, por el bule, nos decían, a donde van muchachas,  era gente bien, y si nos llevaban a la casa, no como ahora, que te llevan al motel”, pedir el aventón, servía para hacer amigos y tener más opciones para el reventón.

Pero las chamacas, se autoimponían su toque de queda, y es que si las veían después de la una de la mañana en la calle, las podían confundir con pirujas.

“Y en diciembre, eran las ramas, pero que ramas, llevábamos jarana, arpa y nos vestíamos de jarochas y otras así como de adelitas, y éramos un montón”, presume que una vez fueron a cantar a casa de la mamá de Yuri, la cantante, y a la casa de unos ricachones, “los Maraboto o Baraboto”, una familia de alcurnia que  vivía en primero de mayo y Alacio Pérez.

Mi abuela asegura que cuando andaba de pachanga, solo tomaba refresco, no como ahora que si se echa unas. “Eran muy bonitos esos años”, finaliza.

 La juventud, alegría y ese cuerpo como el de la artista María Victoria (delagada, acinturada y caderona), todavía la acompañan, creo que me heredo eso de tener mucha energía cuando de fiestas se trata.

El mejor recuerdo de Blanquita, es caminar por el malecón, por la playa y el boulevard, con tal tranquilidad y libertad, que el miedo era lo último que pasaba por su mente a la hora de divertirse.

Ya perdí la cuenta de las veces que he escuchado estos relatos, y como dicen, le tengo “envidia de la buena”, de que haya disfrutado de esa manera tan sana su juventud, porque ahora, cuando sales, tus papá no pueden dormir de la preocupación,  no puedas platicar de las cosas que pasan, ni siquiera con los vecinos, porque no sabes en verdad a que se dedican, ni con los taxistas y qué decir de aceptar el aventón de un desconocido, y es que, en estos tiempos, la seguridad esta antes que tu diversión,  en algunas ocasiones te abstienes de salir, el ejercito en las calles, en vez de representar seguridad, da mas miedo, porque sabes que algo “grueso” acaba de pasar,  ya hubo una balacera por el antro al que ibas, “un levantón “ cerca de tu casa o secuestraron a un conocido.

Qué razón tiene “el ojón”, el del relato de Fernanda Melcho, sobre la vida en el Puerto hace unos años, “al menos vivíamos más contentos y teníamos dónde chingarnos nuestras chelas a toda madre”.

2 comentarios:

  1. Mi historia con el cáncer de seno es única. Mi determinación y trabajar de acuerdo con mi corazón fue la clave fundamental de mi gran avance. Me diagnosticaron en septiembre de 2017 cáncer de seno en etapa 4 con mets en el hueso del fémur. Lloré en silencio día y noche porque me preguntaba quién estará allí para mis hijos cuando me vaya, perdí a mi esposo hace 3 años y esto también me afectó mucho.
    La quimioterapia nunca fue una opción, ya que había visto lo que le hizo a mi amiga días antes de que ella se rindiera. La medicina alternativa y holística fue mi opción. Había escuchado sobre las historias de éxito de pacientes con cáncer que se curaron con medicina alternativa de clínicas y medicina en África. Pude localizar a un sobreviviente y ella me contó sobre un médico a base de hierbas. Lo contactamos por correo electrónico y Whats-app. Le mostré todos mis escaneos y análisis de sangre porque no tenía suficiente para volar. África. Me recetó y me envió algunas hierbas que llamó "Apolo y aceite de cannabis y té", que usé durante un período de 5 meses. También cambió mi dieta y me puso en sus protocolos de dieta prescrita para este período de tiempo y también me recetó algunos otros suplementos. Fue durante este tiempo que mis hijos descubrieron que tenía cáncer porque tenía que cambiar mi dieta.
    Eran mis alas a pesar de todo. Vencer el cáncer nunca es un viaje fácil, amigos y colegas nunca entenderán los dolores y la batalla emocional que luchas en este viaje. Ya ha pasado más de un año. La resonancia magnética es clara, no hay tumores y los análisis de sangre volvieron a la normalidad. He sido "NED". mi oncólogo se sorprendió cuando puso una fecha de vencimiento en mi vida y lo peor fue que rechacé la quimioterapia. No digo que los tratamientos convencionales no sean buenos, porque también he visto algunas historias de éxito con ellos. Pero mi consejo para quien lea esto debe seguir tu corazón porque esa es la única forma en que tu espíritu funcionará de acuerdo con lo que elijas. Esta es la información de contacto del doctor herbal:
    Su correo electrónico: ultimateherbalcure@gmail.com
    Su contacto de Whats-app: +2348139565427
    He compartido mi parte con el mundo y estoy en paz conmigo mismo. Sé que esto salvará a alguien más por ahí.

    Theresa Bartman

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