jueves, 8 de julio de 2010

Zongolica de Cerca

Inversiones millonarias en construcción de drenaje donde el 90 por ciento de la población no tiene agua potable, un tramo carretero de concreto hidráulico, donde la gente, no tiene que comer.

En la Sierra de Zongolica poblada por cerca de 200 mil personas, se encuentran nueve de los 125 municipios con alta marginación de todo México.

Mixtla de Altamirano con 10 mil habitantes se sitúa en el cuarto lugar como el municipio mas pobre del país.

Los índices de pobreza alimentaria, dejan de ser un numero cuando la realidad se observa de cerca.

En la población de Mixtlantlakpak, sentados en un muro de piedra, contemplando el hermoso, pero deforestado paisaje que ofrece la sierra de Zongolica, esta un grupo de señores, pareciera que descansan después de una jornada larga de trabajo.

“no crean que están ahí por recreación, diversión o descanso”, dice un profesor de la comunidad, “aquí no hay nada que hacer, ni siquiera trabajo, están esperando a ver que pasa”.

Don José Teclactle, de 56 años se dedica a la siembra para comer, produce maíz para alimentar a su familia, de este producto hacen atole y tortillas que acompañan con frijoles y chile, será la comida que pruebe una vez al día, además de café que el mismo cosecha.

Si tienen buena suerte y puedan cazar algún animal, comerán carne, quizá una vez al mes.

En Mixtla no pasa nada, y lo que pasa, no beneficia a la población, lo que aquí sucede esta alejado del el estomago vacío de la gente.

Maria Cuahua tiene siete hijos, los dos chiquitos se esconden entre sus piernas, su carita esta sucia, sus pies descalzos. Cuando un paquete de galletas sale de una bolsa de supermercado, su carita apenada cambia a una sonrisota, lo toma en sus manos y lo abraza, como si fuera un regalo de reyes magos, mira a su mamá y vuelva a reír.

Con una sonrisa, la mamá afirma que tendrá mas hijos, aunque su esposo gane 50 pesos diarios para alimentar  a las nueve personas que  conforman su familia.

La infraestructura que no llena los estómagos.

El perfecto maquillaje de la pobreza es la ilógica obra publica que las “conscientes” autoridades construyen.

Casi el 90 por ciento de la población no cuenta con agua potable, ni siquiera con agua entubada.

El recorrido hacía el río es de 20 a 30 minutos, para traer en la espalda un bote de 20 litros de agua que les servirá para el consumo y lavarse las manos, para bañarse, tendrán que dar otra vuelta.

Esta caminata la darán sobre un camino millonario de concreto hidráulico, como el que usan en las ciudades.

En Nahuatl don José explica la necesidad más importante, el traductor comenta, “que un tanque de agua seria lo que mas quiere”.

Las pequeñas casas de madera son  iluminadas con un sólo foco, éste es el único uso que le dan a la energía eléctrica, pues no cuentan con aparatos eléctricos como lavadora, televisión o refrigerador, los que tienen mayor oportunidad cuentan con un radio, con el cual, la única estación que escucharan será la indígena.

El drenaje, la pavimentación y la energía eléctrica no llena el estomago de los habitantes de la sierra, lo único que llena son los índices que marcan que la población que cuente con este tipo de servicios “no es tan pobre”, auque el hambre siga presente.

Programas para la Sierra, planeados desde las oficinas

Los estudiantes y maestros cercanos de la zona, comentan que los apoyos federales “si llegan”, pero en español y con una gran cantidad de requisitos, para quienes apuradamente y cuentan con actas de nacimiento.

“yo puedo pegar la convocatoria en la pared, pero nadie los va a leer”, comenta el maestro.

Los programas deben llevar un procedimiento, ir a la ciudad de Xalapa, papeleo, entre muchos tramites más.

La gente no tiene papeles, la gente no entiende español, la gente sólo conoce el Náhuatl.

El único programa que aquí llega es Oportunidades, lo que significa una gran entrada extra para las personas, de ganar casi 500 pesos al mes para toda una familia de más de 10 personas, 350 pesos mas de gobierno federal, representa un monto importante, además de cien pesos de subsidio para la luz.

Através del DIF, el Gobierno Estatal apoya con “cocinas comunitarias” donde entrega de manera gratuita despensas a un grupo de madres que se encarga de preparar la comida de los alumnos a un precio de menos de cinco pesos.

Pero a veces la comida no llega y los niños se quedan sin comer.

Algunas personas de ayuda comunitaria comentan que en una ocasión CONAGUA realizó una obra de 15 millones de pesos para entubar el agua, suministrada desde un nacimiento natural, los ingenieros hicieron mal el calculo y el agua no tuvo la fuerza necesaria para subir.

En un segundo intento minaron el nacimiento y con el impacto, perdió la estructura natural de donde se obtenía el agua y la obra no se concluyó.

El camino que va de Mixtla de Altamirano a Mixtlantalkpak, es una obra que debió concluir desde el año pasado, la constructora se declaró en quiebra y la carretera sigue empedrada, ahora, los ingenieros de dichas compañías patrocinan las campañas políticas, dicen algunas personas.

En la comunidad existe un centro de salud, el cual “irónicamente” tiene más personas que medicinas, bueno, de hecho, no hay medicinas necesarias para una enfermedad grave.

 

Preferir el camino difícil

Lo mas fácil para las mujeres indígenas es casarse como a las doce años y tener hasta una docena de hijos.

Irma prefirió el camino difícil, se esforzó para estudiar y llegar hasta la Universidad, aunque en el intento estuvó a punto de desertar dos veces, ya que sus hermanos también estudiaban, obtuvo varias becas, ahora esta por graduarse como Ingeniero en Desarrollo comunitarios.

Se trata de que ella sea un interlocutor entre la población indígena y el desarrollo, através de brigadas llega hasta comunidades como Mixtlantlakpak y brinda cursos a las mujeres sobre equidad y genero, uso correcto de la basura, administración de recursos naturales, entre otras.

Ahora Irma, regresa a su comunidad con la intención de ayudar, con el conocimiento necesario para que la población pueda tener acceso a los programas de gobierno, ella será quien lea a las convocatorias, quien les explique que procedimiento deben desarrollar.

Con iniciativas como la de esta joven de 23 años, la comunidad indígena podrá tener mayor oportunidades, podra salir de esa alta marginación, ella podrá guiarlos por un camino de progreso por donde el concreto hidráulico no pasa.

De la primera a la tercera...

 

Ese día, después de tanto bailar y echarme seis cuartitos de cerveza en la boda de mi primo, mis pies solo querían aventar las zapatillas…

 Así que en el camino de Veracruz a Piedras Negras, mi pueblo, ni la bulla ni las risas de las once personas más que venían en la camioneta, impidieron que me echara un pestañazo, y es que al llegar, la reinauguración de un bar, me esperaba. El semáforo del cruce del boulevard Vicente Fox y la entrada para el fraccionamiento La Tampiquera,  fue lo último que mis ojos vieron.

Me desperté  justo cuando estábamos en la puerta de nuestra casa y sugerí a mi familia ir a cenar antes de  dormir, “eso iba a decir” señaló mi abuelita, “si, como que tengo hambre”, dijó mi mamá, entonces  fuimos a cenar a “La Parroquia”, pero no la del malecón de Veracruz, sino un puesto de garnachas al lado de la vía, muy tradicional de Piedras Negras.

Después de comer una garnacha, una empanada de carne, una gordita y dos tacos de tripa que mi hermano me compro en el puesto de al lado, más un cafecito, la pilas se me recargaron, solo esperaba la llamada de mi amiga Marilé o de mi tío Chechin, para salir volada a disfrutar de la noche.

Pero cuando llegamos a la casa, y supe que compartiría el cuarto con mi abuelita, algo me llamó más la atención que ir a hacerle segunda a un montón de borrachos.

“Le voy a leer un cuento”, le dije, “a ver”, me contesto, mientras se preparaba para dormir, yo  sabía que no se trataba de un cuento, pero así se lo vendí, “creo que es de sus tiempos, tal vez le recuerde algo”, le reafirme, así que me recosté para leerle “el cinturón del vicio”, un relato de Fernanda Melchor sobre los bares y cantinas de los años setenta concurridos por los trabajadores de los muelles del  Puerto.

Mientras leía algunos párrafos se reía, a veces asentaba con la cabeza, y de repente, cuando no la escuchaba de reojo le echaba una miradita, pues sabía que en cualquier momento caería en los brazos de Morfeo, pero no , ahí seguía atenta a la lectura.

Cuando termine, recordó que algunos bares todavía existen, “tu  abuelo Ángel se juntaba con todos esos de la Huaca y se ponía un pedo con ellos y lo iban a dejar hasta la casa”, me dijo, mientras se reía.

“los bailes que también se ponían muy buenos eran los de la Covadonga, en el Casino Español, había pura gente de “Sepa”, le pedi que me explicara lo que significaba esta ultima palabra, “¿no sabes lo que es sepa?, pues de sepasuchingadamadre de donde, porque ahí se juntaban españoles y un monton de gente de varios lugares, pero esos eran de dinero”, explicaba, mientras un algodón empapado en desmaquillante limpiaba su cara del polvo, rubor, rimel y pintura de labios que se acumulò en su arrugada cara, pero que, para sus sesenta y tantos, todavía esta bien conservada.

“Como hacía uno loqueras (locuras) cuando estaba joven”, expresó con una sonrisa, y de repente una carcajada salió, denotando que algunas travesuras de la juventud regresaron a su memoria.

Flora, Hogarita,Elena y Pati, era el grupo de amigas de parranda de mi abuela, todas pueblerinas, sus papás las mandaron a la casa de algunas tias para que ayudaran a la familia del puerto con los quehaceres del hogar. El único hombre del grupo era Enrique, el chofer de la tia Lipa, el buen amigo  era el encargado de cuidar a las muchachas, el guarda espaldas o mejor dicho el guarda faldas.

“Amarrábamos sábanas, una con otra,  y las aventábamos  desde  el segundo piso de la casa de mi tía Lipa, ¿tu crees?, y por ahí entrabamos y por ahí salíamos”,  explica Blanca, mientras  se pone su crema de noche para la cara, esa que según es contra las arrugas, y es que, ahora cubre su rostro de cualquier producto que le prometa  una piel suave, tersa y juvenil, cosa que a los diecisiete años no le importaba, pues que aquél, intrépido brinco le ocasionara una raspadura, no tenia importancia, siempre y cuando la tía no la cachara en su huida.

Por la escalera improvisa, como de cuento de princesas, volaban los vestidos  esponjados de las señoritas fugitivas, su destino, bien podía ser  una  boda o un velorio.

 “Ring, ring” sonó el celular, “Marilé Piedras”, decía la pantalla,  me llamó para confirmar que no iba a ir a la reinauguración del  “Bar-bosa”, y yo le dije lo mismo.

“Pues si abuelita, pero ¿como se colaban a las fiestas o qué? ”se sentó en la cama y recargo su espalda en la pared, para seguir contando sus hazañas.

Cuando pasaban por una iglesia y veían una boda, se detenían en la puerta, Enrique era el encargado de armar el show, “nosotros nos acercábamos y Enrique decían en voz alta: ¡no, no lo veo, creo que no ha llegado!, y ya alguien se nos acercaba y nos preguntaba, ¿buscaban a alguien?” y así, el desaparecido fuera el encargado de la música o un tío lejano de la novia, después de escuchar el sermón del sacerdote, las jóvenes eran invitadas de honor al brindis, bailaban y comían con desconocidos que  hasta se sentían orgullosos de estar al lado de muchachas que se veían de “la alta”.

Pero las chicas no solo acompañaban a  desconocidos en las buenas, también en las malas, pues nada les quitaba acompañar  a uno que otro muertito,  con poca concurrencia en su velorio, y por ahí echarse un cafecito con unas galletitas.

 Que comparar  aquellos tiempos con los actuales, “antes, en semana santa eran unos Bailes  a la  orilla de la playa, muy bonitos esos bailes, no como ahorita, haces un baile a la orilla de la playa y capaz que te violan ahí”, dice mi abuela. La casa donde vivían estaba en el callejón veintiuno de febrero, en Juan Enríquez, y cuando querían sentir el calor del sol y la brisa de la mar,  con el puro traje de baño puesto, caminaban unas cuantas cuadras para llegar a la playa.

“Me acuerdo que hace muchos años, muchísimos años, en la playa, había focos abajo del agua,  y nos íbamos a bañar en la noche”, tratando de explicarse, como le habrán hechos esas astutas personas para alumbrar debajo de la playa, menciona que esas luces estaban por las escolleras, a la altura de Villa del Mar, y con orgullo presume lo arriesgadas que eran por meterse a nadar de noche, a pesar de los rumores que tiburones asechaban por esa zona.

En la noche, el boulevard se volvía el mejor  salón de fiestas, “no muchacha, era una cosa grande”, dice mi abuelita, mientras estira la sabana de la cama, antes de acostarse.  La grabadora servía para ponerle sabor al asunto, unas piedras la hacían de anafre, y el ambiente de las chamacas hacía una lunada muy divertida en la playa.  “Hoy, no nos vamos a ir caminando, nos decía Enrique, y cuando pasaban los carros, por el bule, nos decían, a donde van muchachas,  era gente bien, y si nos llevaban a la casa, no como ahora, que te llevan al motel”, pedir el aventón, servía para hacer amigos y tener más opciones para el reventón.

Pero las chamacas, se autoimponían su toque de queda, y es que si las veían después de la una de la mañana en la calle, las podían confundir con pirujas.

“Y en diciembre, eran las ramas, pero que ramas, llevábamos jarana, arpa y nos vestíamos de jarochas y otras así como de adelitas, y éramos un montón”, presume que una vez fueron a cantar a casa de la mamá de Yuri, la cantante, y a la casa de unos ricachones, “los Maraboto o Baraboto”, una familia de alcurnia que  vivía en primero de mayo y Alacio Pérez.

Mi abuela asegura que cuando andaba de pachanga, solo tomaba refresco, no como ahora que si se echa unas. “Eran muy bonitos esos años”, finaliza.

 La juventud, alegría y ese cuerpo como el de la artista María Victoria (delagada, acinturada y caderona), todavía la acompañan, creo que me heredo eso de tener mucha energía cuando de fiestas se trata.

El mejor recuerdo de Blanquita, es caminar por el malecón, por la playa y el boulevard, con tal tranquilidad y libertad, que el miedo era lo último que pasaba por su mente a la hora de divertirse.

Ya perdí la cuenta de las veces que he escuchado estos relatos, y como dicen, le tengo “envidia de la buena”, de que haya disfrutado de esa manera tan sana su juventud, porque ahora, cuando sales, tus papá no pueden dormir de la preocupación,  no puedas platicar de las cosas que pasan, ni siquiera con los vecinos, porque no sabes en verdad a que se dedican, ni con los taxistas y qué decir de aceptar el aventón de un desconocido, y es que, en estos tiempos, la seguridad esta antes que tu diversión,  en algunas ocasiones te abstienes de salir, el ejercito en las calles, en vez de representar seguridad, da mas miedo, porque sabes que algo “grueso” acaba de pasar,  ya hubo una balacera por el antro al que ibas, “un levantón “ cerca de tu casa o secuestraron a un conocido.

Qué razón tiene “el ojón”, el del relato de Fernanda Melcho, sobre la vida en el Puerto hace unos años, “al menos vivíamos más contentos y teníamos dónde chingarnos nuestras chelas a toda madre”.